jueves, junio 02, 2016

DEON 1 capitulo 7



Capitulo 7
La Viuda


1

"Se dirigían a las afueras de la ciudad, las mujeres con túnicas oscuras, los hombres con togas pulla... Al frente, cuatro hombres sostenían una camilla de cada esquina donde transportaban el cuerpo del difunto. Detrás de ellos una mujer envuelta en su stola negra y con la misma envolvía al parecer a un muchacho adolescente, quizá su hijo. Los seguía mucha gente, nobles, al parecer de la pequeña ciudad situada en una bahía italiana, libertos y al final esclavos, tocando la lira y cantando canciones fúnebres.

No los seguí. Decidí pasear por la pequeña ciudad; la oscuridad de la noche ayudaba a que mi condición como inmortal no fuera notoria. Entre al lupanar* y seguí practicando mis nuevos conocimientos sobre el placer encontrado en el sexo. Esa noche estuve con tres jovencitas, de apenas 16 años aproximadamente. No sentí la necesidad de sangre por lo que por primera vez en mi existencia inmortal mis víctimas no fueron para saciar mi apetito, al menos no del tipo al que estaba yo acostumbrado.

Durante el día me refugié en las catacumbas de la ciudad y en la noche siguiente de nuevo salí a pasear. Extrañaba a Claudio y Roxana. Me paré frente a un altar dedicado a los Lares, era algo nuevo para mí, después de mi extraña aventura en Egipto me desconecté del mundo por varios siglos en la pequeña isla que ahora llaman Malta; no sabía nada de la cultura romana. En el altar había varias figuras talladas en madera de ancestros de los pobladores de la ciudad, había velas y comida que empezaba a descomponerse. Entonces, una mujer se acercó, me tomó por sorpresa. Supe que era la misma mujer que encabezaba el funeral la noche anterior. Traía el cuerpo y la cabeza cubiertos con su manta negra y puso una estatuilla en el altar.

- Era mi esposo - me dijo con voz serena, aunque no parecía triste
- ¿Lo extrañas? - le pregunté
- No - contestó tajante y volteó a verme, se descubrió la cabeza; era una mujer muy joven, de piel blanca, cabello castaño y ondulado y ojos negros muy intensos; esbozó una sonrisa amarga - quizá... estoy mal... pero... su muerte es lo mejor que me pudo haber pasado - dijo con un aire cansado
- ¿No lo amabas?
- Mi padre me ofreció en matrimonio cuando tenía 12 años... fue un casamiento arreglado... por dinero...- hizo una pausa y dirigió su mirada al suelo - mi padre tenía dos opciones: o me casaba con un hombre rico o me vendía como esclava...
- tu esposo... ¿era malo contigo?
- Me daba todo lo que quería, nunca me puso una mano encima, pero disfrutaba el insultarme y humillarme en público; quizá desquitaba conmigo el coraje que sentía por los demás... el siempre trato bien a los demás, de hecho, todo mundo lo quería... - la mujer necesitaba desahogarse. Se escuchó un carraspeo, la esclava que acompañaba a la mujer le hizo ver que no era propio el estar hablando con un extraño a esas horas de la noche, y mucho menos justo después de haber enviudado, la mujer asintió a su esclava, que era más bien como una dama de compañía y enseguida se despidió de mí – disculpe y gracias por escuchar a esta pobre viuda
- Mi nombre es Athán Deó...
- Yo soy Drusila - sonrió y enseguida se fue y detrás de ella su esclava"

*lupanar = burdel


2

"La noche siguiente yo esperaba a la mujer, parado casi del otro lado del foro, viendo hacia el altar. La vi acercarse y como si saliese debajo de su stola, corrió un muchacho, adelantándose al altar y depositó unas uvas junto a la figurilla que representaba a su padre. Me acerqué; el joven tenía un gran parecido con su madre.
- ¿Es tu hijo? - fui yo quien la sorprendió a ella esta vez.
- Si - me contestó sonriendo - ya tiene 13 años.
- Fuiste madre muy niña, aun eres muy joven – comenté.
- Que galante... pero ya soy muy vieja, ya tengo 26 años.
- ¿Cómo se llama tu hijo?
- Se llama...
- ¡Druso! - respondió el joven interrumpiendo a su madre, era notoria la entrada a la pubertad del muchacho, su voz empezaba a cambiar.
- ¡Ah, Druso! ¡Como tu madre! – dije.
- Si - contestó Drusila, el joven fue hacia donde estaba la esclava/dama de compañía - Su padre lo llamó como él, pero en la intimidad yo siempre lo llamé Druso. Ahora que su padre ha muerto él quiere llevar el nombre que yo le puse.

Solo sonreí, no era yo quien para meterme en su vida, aunque la mujer lo estaba pidiendo a gritos. Estuvimos en un silencio un poco incómodo por algunos minutos, después ella tomó la palabra de nuevo

- No eres de por aquí, ¿verdad Athán?
- No, soy griego
- ¿de Esparta?
- No, de Micenos
- Nunca he escuchado sobre ese lugar.
- Ya no existe - pensé en voz alta
- ¿Cómo? - preguntó Drusila extrañada.
- Nada, solo estoy diciendo tonterías.
- ¿Te gustaría cenar con nosotros? - me preguntó ella
- No es prudente - dijo la esclava acercándose, era una mujer mayor, que se encargaba de los buenos modales en el hogar de Drusila, una especie de nana
- ¿Te gustaría? - volvió a preguntar Drusila, ignorando a la mujer.
Suspiré.
- Lo siento, no puedo.
- Esta bien, otra noche será entonces - dijo un poco desilusionada, llamó a Druso y se retiraron

Era una mujer tan bella Drusila, caminaba con elegancia y dignidad, era coqueta, pero no descarada, a pesar de estar de luto, lucía joyas, y un maquillaje no muy complicado. La miré alejarse, su hijo la tomó del brazo y la esclava caminaba detrás de ellos, de vez en cuando volteaba y me miraba con cierta desconfianza.

Me dirigí de nuevo al lupanar. Esa noche estuve con la hermosa Acacia, tenía el cabello teñido de rojo, era fogosa, no me dejó descansar en toda la noche; tenía buen sentido del humor y a menudo me preguntaba por qué tenía los colmillos afilados, yo le decía que era herencia familiar. Practicamos todas las posiciones que se nos ocurrieron y le prometí que volvería pronto.

Salí de ahí un par de horas antes del amanecer, quería dar un paseo antes de ocultarme en el subterráneo. De repente, sentí que alguien me seguía; caminé más despacio, pero no lograba leer la mente de mi vigilante. Me metí a un callejón y me oculte en la oscuridad; era un hombre el que me seguía, no logró verme y lo tomé del cuello y lo empujé hacia una pared y ahí lo sostuve.
- ¡Athán! ¡¡Qué violento te han vuelto los siglos!! - dijo mi seguidor; lo miré y me sorprendí
- ¡¿Attis?!"


3

"Attis, un hombre de rizos castaños como la miel y unos ojos del mismo color; mi contemporáneo; no lo había visto desde hace casi mil años, que se había ido siguiendo a Eris; Eris la perra, no solo me había arruinado la existencia, si no que al pobre de Attis lo había vuelto loco de amor, lo había tenido como embrujado y era a ella a la única persona en el mundo a quien Attis quería. Extrañamente, a mí también había logrado estimarme, y más cuando le di el don oscuro, le di la eternidad para que estuviera por siempre junto a su amada Eris. Nunca supo que el hacerlo inmortal había sido producto de mi odio hacia esa mujerzuela, que en realidad, él era solo un instrumento de mi venganza; no sabía si Eris se lo había dicho. No sabía qué hacía él ahí junto a mí en ese momento, tampoco sabía si Eris seguía con él.

- Estoy muy cansado Athán - estábamos sentados en los tejados de un edificio alto, la vista de la ciudad desde ahí era hermosa.
- ¿Cansado de que, Attis?
- De seguir a Eris por todo el mundo; de nuevo la volví a perder, no sé dónde está.
- Trata de leer sus pensamientos, Attis...- no podía creer lo que estaba diciendo, estaba alimentando sus esperanzas para que mi venganza continuase - a nuestra edad nuestras habilidades se han incrementado considerablemente. Mira, ahora podemos desafiar a los dioses y volar como ellos, podemos manipular el fuego a nuestro antojo; ¡yo aún sigo sorprendido!
- Muy cansado - dijo Attis, si, su rostro mostraba fatiga, a pesar de que no había envejecido ni una arruga, su cutis era liso y blanco, sus pestañas tupidas enmarcaban perfectamente sus grandes ojos color miel; ojos que no expresaban otra cosa más que tristeza.

Esa noche platicamos, principalmente de lo que yo había hecho después de que él se fue detrás de Eris. Hablamos hasta el amanecer y traté de no mencionar o preguntar por la perra.

La noche siguiente nos ocultamos en un callejón cerca del burdel. Salió un hombre encorvado y barrigón, e inmediatamente se acercaron otros dos hombres, parecían sus guaruras. Attis se encargó del viejo, yo de los dos jóvenes, los arrastramos al callejón y mientras yo sostenía a uno de la toga con un brazo, al otro lo retenía con el antebrazo sobre su pecho, teniéndolo acorralado contra la pared.
- ¡¡Déjame ir!! - gritaba el hombre a quien yo tenía en el aire, al otro lo miraba a los ojos mientras lo retenía contra la pared.
- ¡Ah! ¡Un jardín! - suspiró el hombre que no despegaba la vista de mis ojos; entonces, le clav
é los colmillos y empecé a succionar mientras el otro me miraba horrorizado. Termine y deje al hombre caer al suelo, mientras que al que tenía sujetado con la otra mano lo bajé y me acerque a su cuello.
- ¡No me mates! - rogó en latín, pero lo ignoré y empecé a beber su sangre, esta vez clavé mis colmillos en su pecho que desnude, directo en el corazón.

Sentía que esta vez lo estaba disfrutando más, como si fuese la primera vez que bebía sangre. Gracias a Claudio había aprendido que había otras experiencias que podían provocarme placer, hacerme feliz, como hacer el amor, el caminar descalzo en la arena, el gozar del calor del fuego de una chimenea, el abrazo de un amigo, el viento... principalmente yo disfrutaba del viento que acariciaba mi rostro cuando volaba. ¡Ah! ¡Y volar! qué experiencia tan mágica. Pero definitivamente no había mayor placer que el provocado por la sangre, la sangre sucia y corrupta de un ser malvado, mentiroso, insensible, despiadado. Como siempre, vi los recuerdos de mi víctima y supe que no me equivoque al haberlo elegido.

Attis soltó un suspiro tras haber terminado con el anciano, un suspiro lleno de éxtasis como después de haber vivido un orgasmo.
- Debo confesar algo. - dijo Attis, mientras nos arreglábamos para deshacernos de los cuerpos en el mar - Tenía mucho tiempo sin beber sangre, sin saborearla de esta manera.
- ¡¿Que dices?!
- Fue muy poco el tiempo que convivimos cuando me convertiste en inmortal Deón, siempre he sentido aberración por esto: beber sangre, para mí, es lo más sucio que existe, es malo, grotesco. Pero lo he hecho para sobrevivir, para poder estar cerca de Eris.
- Entiendo, me paso lo mismo en un principio.
- Sí, pero tú después te adaptaste, encuentras placer en esto, yo, no siempre. La mayoría de las veces siento culpa.
- no deberías, es nuestra naturaleza, somos predadores.
- lo sé, pero no puedo evitarlo.
Me quede pensativo un momento.
- ¿Te hable de Claudio, cierto?
- Si, un poco.
- Vamos, regresemos al Lupanar. Después de mil años ya no te es tan necesario alimentarte de sangre, te enseñare que hay otras formas de sentirte feliz, no tienes por qué pasar la eternidad frustrado y lleno de remordimientos. - le dije, tome de la mano a Attis, a quien tomaba en ese tiempo ya no como mi antiguo rival, si no como un nuevo amigo, y flotamos hasta el callejón donde habíamos capturado a nuestras víctimas. Entramos al burdel.

- Acacia, este es Attis. - le dije a la prostituta.
- Es muy guapo - dijo ella mientras se acercaba a él, pasaba sus manos sobre la tela de su toga. Attis se veía nervioso, como si quisiese salir corriendo, volteo a mirarme y me dijo:
- Pero, no podemos ¿cómo esperas qué?... ¿Qué quieres que haga? - me dijo asustado con los ojos muy abiertos.
- Hazle el amor ¿qué más? - le respondí tranquilo.
- Es muy inocente tu amigo, ¿no? - dijo Acacia riéndose, Attis se molestó, la tomó entre sus brazos y la besó violentamente - ¡que brusco! - expresó la golfa - ¡así me gustan!

Me senté en una esquina, mientras ellos se arrancaban las ropas, sus movimientos agresivos continuaban, ella le seguía el juego a Attis, yo noté que él trataba de medir sus fuerzas para no lastimarla. Ella era preciosa, sus senos grandes y redondos, maquillados de color rosa y perfumada. Su abdomen era muy delgado para lo acostumbrado en la época, y tenía unas caderas anchas y unos glúteos deliciosos. Era muy flexible, y se enredaba en el musculoso cuerpo de Attis como si fuese una serpiente. No dejaban de besarse, y entonces ella lo aventó a la paja (no había cama). Él le sonrió y ella se sentó sobre él, le acaricio el pecho, pasó sus manos por el cuello. Vi una expresión de sorpresa en Attis.
- ¡Si funciona! - volteó Acacia para decirme entre risas; entonces ella empezó a acariciar el duro y grueso pene de su cliente, lo colocó entre sus grandes senos mientras le besaba el ombligo, lo lamía y chupaba, y el pene rozaba el pecho de la mujer. Attis entornaba los ojos, pellizcaba las nalgas de Acacia; ella se acomodó y dejó que él la penetrara. Se besaban. Él se dio la vuelta y quedó sobre ella, la tomó de las manos y estiro sus brazos hacia arriba. Mas besos, mamaba sus pechos; se veían cómicos los labios de Attis pintados de rosa debido al maquillaje en polvo que la mujerzuela usaba. Más rápido, y ella gemía. Más rápido y ella pedía más y más. Attis volteó a verme, estaba sorprendido, extasiado.
- ¡Soy un toro! – grito.
- ¡Si! ¡Si! ¡Un semental! - grito ella.

Attis besaba y lamía el cuello de la mujer, aun la sujetaba de las muñecas y seguía dentro de ella, con movimientos más rápidos y violentos cada vez, parecía como si la fuese a desgarrar. Las piernas de Acacia de repente saltaban, como si fuese una reacción inconsciente, como si fueran de trapo y se movieran al ritmo de las arremetidas de Attis. Entonces ella pegó un grito, supuse que había al clímax. Entonces dejó de moverse. Attis se detuvo, se puso de pie, el cuello de Acacia estaba manchado de sangre al igual que los labios de Attis. Me miró.
- Lo siento Deón, no pude evitarlo. - se disculpó como un niño travieso."


4

"Pasamos las noches siguientes visitando los burdeles de las ciudades vecinas, pero de vez en cuando volvíamos a Pompeya. Attis en ese tiempo parecía ser feliz, aunque había momentos en que la nostalgia lo invadía y no podía dejar de sentirse vacío. Extrañaba a Eris y trataba de explicarme que era como no tener la mitad de su cuerpo: como no tener sus piernas. Trataba de justificar a Eris del por qué lo abandonaba, del por qué lo trataba mal. Él la seguía amando y estaba ciego, y aun no sabía mi pasado con Eris. Él pensaba que yo le había otorgado la inmortalidad por gratitud, por amistad. No sabía que yo conocía a Eris antes que él y decidí no decírselo. En ese momento, Attis estaba saliendo del hoyo en el que ella lo había refundido y pensé que decirle la verdad fuera sería imprudente.

En algunos momentos me sentía mal. Attis no era tan malo como lo describían sus contemporáneos, después de todo. Recuerdo que lo describían como egoísta, insensible y prepotente, conmigo nunca fue así. ¿Sería posible que yo empezara a tener remordimientos? ¿Mil años después de haber cometido esa falta?

Nos detuvimos esa noche en el foro, los dos andábamos muy pensativos y necesitábamos reflexionar. Observábamos pasar a la gente: las vestales acudían al templo; otras personas se agrupaban alrededor de los pequeños altares que había en una alta pared. Me quedé mirando esos altares, sumido en mis pensamientos cuando alguien se acercó.
- ¡Hola! - era Druso, el muchacho alegre, no parecía que su padre hubiese muerto unas semanas atrás.
- Hola Druso, mira, te presento a mi amigo Attis. - Druso inclinó la cabeza.
- Mucho gusto señor. - dijo el joven, Attis le sonrió, entonces una mujer se acercó, Attis la miró sorprendido.
- Ah, Athán, ¿mi hijo te está molestando? - dijo Drusila.
- Para nada Drusila, es un placer volver a verlos - me puse de pie, habíamos estado sentados en una fuente. Attis se paró sin dejar de admirar a Drusila, casi con la quijada caída. - Este es mi amigo Attis - dije. – Attis, ella es… - hice una pausa - mi amiga, Drusila - ella sonrió y extendió la mano para saludar a Attis; él estaba ido, tuve que darle un ligero codazo para que reaccionara.
- ¡Claro! ¡Claro! muy viejos amigos somos Athán y yo amigos, buenos. - balbuceo mientras le dio la mano a la joven viuda, ella notó su nerviosismo y rio alegre.
- Esta noche no pueden rechazarme una invitación para cenar en mi casa. - dijo Drusila
- ¡Pero señora! - se acercó la sirvienta.
- No acepto un "no" como respuesta - continuo ella; Miré a Attis.
- Siento decirle señora, que ya cenamos.
- Es una lástima - dijo ella; la sirvienta se veía aliviada de no tener que tolerarnos.
- Pero... - dijo Attis - podríamos pasar una buena velada, platicando. ¿No lo cree?
Attis me sorprendió, lo mire con los ojos muy abiertos, Druso se alegró y a Drusila le pareció una brillante idea; la sirvienta no dijo más, no era necesario, su mirada lo decía todo."


5

"Attis empezó a preferir pasar las noches en casa de Drusila que en los burdeles de las otras ciudades. Pasábamos todas las noches hablando sobre la vida cotidiana en esos tiempos, filosofía, circunstancias de otros países; Drusila era una mujer muy educada, había leído y viajado mucho, lo cual lo volvía una persona muy interesante; sus ideas eran muy liberales, definitivamente, ella no pertenecía a esos tiempos. El deslumbramiento que tuvo al principio conmigo, después fue desplazado hacia Attis; y por lo mismo yo empecé a ausentarme varias veces, mientras Attis la visitaba.

¿Sería que por fin el veneno de Eris estaba desapareciendo?

A veces mientras Attis y Drusila platicaban, yo me dedicaba a jugar y hablar con Druso; era un joven muy listo y al igual que su madre, muy interesante, su mentalidad era la de un adulto. La esclava/nana no dejaba de vigilarnos; sobre todo a mi cuando estaba con Druso.

Una noche me dijo:
- ¡Se lo que son!
- ¿De qué hablas, vieja? - le dije como si no supiera de que hablaba, en un tono de broma.
- ¡Son demonios! ¡Ustedes son demonios! - me dijo, apuntándome con el dedo.
- Vieja, déjate de tonterías. - le dije y sonreí.

La mujer no volvió a decirme nada durante las siguientes noches, pero no dejaba de vigilarme, ni a Attis.

Attis y yo vivimos varias aventuras en esos tiempos, viajábamos a las ciudades cercanas, incluso conocimos Roma en su época dorada, pero nunca nos alejábamos bastante de Drusila. Siempre, por deseos de Attis, regresábamos a ella.

Regresamos para el cumpleaños número 18 de Druso; su madre le había organizado una gran fiesta llena de jóvenes, bailarinas, música, todo un banquete. Drusila no había envejecido nada en esos 5 años, incluso aparentaba menos edad de la que tenía, parecía una muchacha tan joven como su hijo. En cambio Druso si había cambiado mucho, se había convertido en todo un hombre.

Estábamos rodeados de mortales, a Attis parecía no importarle, ni incomodarle; sin embargo, yo me sentía un poco ansioso, temía que nos descubrieran o al menos, que se dieran cuenta que no éramos personas 'normales'.

Más tarde, Attis desapareció de la fiesta, lo busque, pero había tanta gente que era un poco difícil. Le pregunté a Druso si lo había visto, me dijo que no. seguí buscándolo; no sé por qué su desaparición me daba mala espina. Quise preguntarle a Drusila, pero a ella tampoco la encontré, entonces mi ansiedad aumentó.

Recorrí la casa para dar por fin con la habitación principal. Ahí estaban, desnudos, Attis y Drusila, ella acostada sobre su pecho, él la sostenía en sus brazos.

- ¡¿Qué hiciste?! - le pregunté y con lágrimas de sangre en los ojos, Attis me contestó.
- No pude evitarlo, ¡la amo, y quiero estar siempre con ella!
- pero...
- Pensé que sabía cómo convertirla. ¡Tienes que ayudarme! ¡Está muriendo! - Attis se puso de pie y me jalo para que me acercara a Drusila, quien estaba sangrando de la muñeca. Había perdido demasiada sangre, Attis me veía con los ojos desorbitados. - ¡Hazlo Athán! ¡Hazlo!"


6

"- ¡No! no voy a hacerlo.
- ¡Pero Athán! ¡Tienes que hacerlo! - me gritó Attis desesperado.
- Solo lo he hecho una vez, ¡solo lo hice cuando te convertí a ti!
- ¿Qué?
- ¡No estoy seguro de saber cómo hacerlo!
- ¡Está muriendo! ¡Hazlo!

Me senté en la cama junto a ella, la volteé hacia mí; Attis tenía razón, ya casi moría. Me mordí la muñeca y mi sangre empezó a manar, como una cascada roja y brillante, acerque mi brazo a la boca de Drusila y le dije que bebiera, ella con las pocas fuerzas que tenía decía que no y trataba de voltearse a otro lado, entonces tuve que sujetarla con fuerza y hacer que bebiera de mí. Yo también estaba perdiendo mucha sangre.

Se aferró a mi brazo, parecía como un náufrago tratando de no soltarse de una barcaza. Enterró sus dientes, que aún no se transformaban en colmillos, propiamente como los nuestros.
- Es beber, no comer, querida Drusila - le dije con calma.
Y bebió, bebió de mi sangre y después lamió mi herida, como para no dejar nada.

Nuestras mentes se comunicaron, solo por ese momento, pues ya después no podríamos: el creador nunca puede escuchar la mente de su criatura ni viceversa, pero en ese momento, en que las sangres se están mezclando, es casi imposible no mezclar también las emociones, los recuerdos, los pensamientos.

'Veneno... ¿dónde está el veneno Druso?...
rápido hijo, ¡viértelo en la copa!'
Su mente empezó a cerrarse, ya no pude ver sus recuerdos, ni sentir lo que ella sentía. Estaba hecho.

Attis miraba asombrado, al parecer nunca antes había visto este procedimiento. Cuando uno lo vive no se da cuenta en realidad, uno realmente nace cuando el cuerpo ha desechado todo lo mortal, cuando el cuerpo está listo, el organismo se adapta a la sola necesidad de la sangre y ya no de los alimentos; los ojos se adecuan para ver mucho mejor en la oscuridad; el cuerpo se vuelve más ligero y ágil y mucho más fuerte. Es todo un proceso evolutivo, todo un cambio tan radical que se da solo en minutos, y por lo mismo causa un dolor muy grande, un trauma tan fuerte que la memoria lo borra. Y cuando despertamos, ya como inmortales, las sensaciones son nuevas, como si nunca antes hubiésemos vivido; los sentidos se incrementan y las sensaciones se exageran y vemos todo más intenso, el tacto es más sensible, el gusto, el sabor de la sangre cambia, y puedes distinguir entre víctima y victima diferentes sabores, el sabor depende de cómo haya sido su vida. El olfato se agudiza, y uno puede escuchar a kilómetros de distancia, e incluso discriminar y escuchar una sola cosa. Es fascinante esta evolución. Nos volvemos dioses nocturnos.

Drusila abrió los ojos y con elegancia se enderezó en su cama.
- Los colores... - dijo - son tan hermosos. Todo parece brillar y estar vivo - miraba todo a su alrededor. - tengo sed.
Attis corrió para tomarla en sus brazos, la llevó junto al baúl y buscaron ropa.
- Es hora de llevarla a cazar - me dijo Attis."


7

"- Una mujer decente no puede andar así como así, en compañía de dos hombres en la calle de noche. - expresó Drusila.
- Vamos a la recamara de Druso, él está muy entretenido en su fiesta, ¡usaremos su ropa para vestirte! - Attis estaba tan entusiasmado, creo que no se había dado cuenta de la gravedad de la transformación de Drusila. Ella tenía un lugar importante en la sociedad de Pompeya, tenía un hijo y otros parientes. Attis mostraba ese lado egoísta del que antes me habían hablado.

Esa noche, viajamos a otra ciudad cercana, enseñamos a Drusila a cazar en los caminos solitarios donde se escondían ladrones esperando el paso de algún viajero. Así fue como encontramos a nuestras víctimas, simulando que éramos viajeros.

Íbamos caminando cuando 4 sujetos nos rodearon. Attis miró a Drusila y le sonrió. Entonces él se lanzó hacia uno de los sujetos y empezó a beber su sangre. Enseguida Drusila se acercó a uno de los hombres, y sujetando a su víctima de un hombro, se quitó la peluca y el listón que sujetaba su cabello con la otra mano que le habían servido junto con su atuendo, como disfraz.

- ¡Eres una mujer! - exclamó su víctima, entonces ella le sonrió y mirándolo a los ojos fue acercándose y lo besó. Se trataba de un hombre debilucho, peludo y andrajoso, a quien un beso de una mujer tan bella era más que un premio.

Estaban Drusila y el hombre besándose efusivamente, y de repente, él intentó pegar un grito, pero no pudo, solo un sonido burdo salió de su garganta; Drusila había encajado sus colmillos en la lengua del pobre ladrón, pasó sus brazos alrededor de él y lo apretó con fuerza para que no escapara; entonces dejó de morderlo, el hombre la miraba asustado y ella volvió a besarlo, bebiendo de esa forma toda la sangre que salía de su boca. El asaltante dejó de luchar, fue hincándose poco a poco, cada vez más débil, ella fue agachándose junto con él sin dejar de beber de su boca, hasta que por fin quedaron acostados en la tierra, ella encima del cuerpo del delgado hombre; entonces le arrancó los harapos dejando su velludo pecho desnudo y con sus manos que parecían garras le abrió el torso y le sacó el corazón. Attis y yo ya habíamos terminado con los otros tres hombres y veíamos sorprendidos el sadismo de Drusila. La vimos morder y chupar y succionar toda la sangre que había quedado en el pequeño corazón de su víctima y al terminar lo lanzó con una despreocupación que si no supiéramos que Drusila era neófita, podríamos pensar que ya tenía bastante tiempo de experiencia.

Se levantó, cubierta totalmente de sangre y tierra, con los ojos muy abiertos y nos preguntó:
- ¿Y ahora qué sigue? ¡Quiero más!

Enterramos los cuerpos y después seguimos cazando un poco más. Drusila estaba sorprendida como es que podía visualizar los recuerdos y pensamientos de sus víctimas, confesó que algunos no eran realmente personas malas, y que si robaban era porque en realidad estaban necesitados; se sintió mal, y yo le hice ver que con el tiempo, aprendería a discriminar entre buenos y malos.
- ¿Pero quienes somos nosotros para juzgar, Athán? - me preguntó.
- Ah, nosotros somos dioses - dijo Attis, siendo arrogante.

Nos escondimos en las catacumbas y ahí dormimos durante el día. A la noche siguiente, entramos por el tejado a la casa de Drusila, a escondidas; ella se dirigió a su recamara para lavarse y cambiarse, mientras nosotros vigilábamos.
- ¡Son unos demonios! - dijo la antigua dama de compañía de Drusila, con lágrimas en los ojos - ¡y a ella la hicieron igual! - se tiró al suelo frente a nosotros, llorando, sintiéndose impotente. Me incliné, y le levanté el rostro de la barbilla.
- Perdónanos.
Se levantó y se alejó asustada, si, éramos demonios para ella.

Drusila salió de su habitación acomodándose la stola negra y de repente se le borró la sonrisa del rostro.
- ¿Qué le diré a mi hijo?"


8

"- ¡Madre! ¿Cómo te sientes? - se acercó apurado Druso, un poco preocupado - estas muy pálida, la esclava me dijo que anoche te habías sentido mal, que por eso habías desaparecido de la fiesta.
- No te preocupes hijo mío. - respondió serena Drusila - estoy bien.- hizo una pausa - ¿está temblando? - dijo ella volteando para todos lados.
- ¡Es un terremoto! - exclamó Attis - ¡pronto! ¡Salgamos de la casa!

Los esclavos salían corriendo, Druso y Drusila iban detrás de ellos, yo seguía Attis. Los movimientos del suelo eran cada vez más intensos, y se podía escuchar el crujir de los edificios y construcciones. Todos corrimos hacia el foro, el lugar más grande y despejado de la ciudad. Veíamos como algunas estatuas caían de los techos de los templos. La gente se reunía por montones, a pesar de que llegaban corriendo, muchos cargando con sus pertenencias, pues el temblor realmente había sido fuerte, estaban algo tranquilos.
- Desde el terremoto de hace 17 años, los temblores han sido tan frecuentes aquí que ya estamos acostumbrados. - me comentó un señor de edad avanzada.

No dejaba de temblar. La multitud se amotinaba en el centro del foro, otros salieron de la ciudad, otros se agruparon en otras partes del pueblo.

Mientras estábamos todos apretados entre toda la gente reunida en el foro, Drusila intentó hablar con Druso, pero las palabras no salieron.
- Attis, no puedo. - le dijo Drusila, conteniendo las lágrimas, pues éstas la delatarían. Attis la miró y después vio a Druso.
- Druso… - inició Attis - ya eres un hombre, y creo que ya puedes ver las cosas con mucha más claridad.
- Attis, no… - interrumpió Drusila.
- hay algo que tienes que saber... - continuó Attis
- ¿Qué pasa?.. - Druso estaba alarmado, yo estaba parado junto a él y podía sentir su nerviosismo.

Los temblores cesaron y la gente empezó a regresar a sus hogares.
- ¡¿Qué pasa?! - nos cuestionaba Druso mientras que seguidos por los esclavos regresábamos a su casa. Ya estando ahí, mientras los esclavos limpiaban, recogían lo que se había caído y roto, otros investigaban los daños en la construcción, para saber qué tan seguro era que nosotros estuviésemos ahí, nos sentamos en el salón, Drusila triste, con la mirada en el suelo, Attis a su lado, Druso en otro diván; yo estuve de pie observando todo.

- Tu madre está muy enferma - empezó a hablar Attis, sosteniendo la mano de Drusila - tiene una rara enfermedad y decidimos viajar para encontrar una cura.
- ¡Yo no decidí nada! - dijo Drusila - ¡nunca me lo consultaste!
- pero... ¿cómo que una enfermedad? - Druso estaba asustado - ¡Madre! ¿Los dioses te han castigado? ¿Quiere decir que yo padeceré esa enfermedad también? ¡Es eso! ¡Los dioses nunca estuvieron de acuerdo con lo que hicimos! - empezó a ponerse histérico - ¡Estamos condenados! ¡Condenados! - empezó a dar vueltas en el salón como un loco, Drusila se tapaba la cara para que su hijo no fuese a descubrir que sus lágrimas eran de sangre; Attis se paró y fue a tratar de calmar a Druso, lo tomó de los hombros y lo giró para que quedasen frente a frente. Druso no podía controlarse. - ¡No debimos hacerlo!
- Tranquilízate. - le decía Attis. - no es para tanto, tu madre estará bien.
- ¡No debimos matar a mi padre! - gritó Druso.

De nuevo empezó a temblar, esta vez más fuerte que la vez anterior."


9

"Nos perdimos de Druso entre la multitud que nuevamente se reunió en el foro; Attis sugirió de nuevo refugiarnos en las catacumbas, aunque yo no lo creí prudente, pues por los terremotos podríamos quedar ahí atrapados, sin embargo nos quedaba muy poco tiempo y estaba a punto de amanecer y no tuvimos otra opción más que pasar el día en el subterráneo.

Los temblores siguieron durante todo ese día, yo a veces despertaba debido al movimiento. Esa noche, Drusila nos pidió que la dejáramos sola; Attis y yo cazamos a las afueras de la ciudad, había mucho movimiento en los caminos, mucha gente tratando de encontrar un mejor lugar donde vivir. La gente hablaba del extraño humo que salía de la punta del gran monte, incluso a mí me causo curiosidad.

- Supongo que le va a explicar todo a su hijo.- dijo Attis, mientras levitábamos hacia el Monte Vesubio - ellos tienen muy buena comunicación.
- Mataron al esposo de Drusila - le dije - eso no es solo buena comunicación, es complicidad, es una relación enferma.
- ¿Quién eres tú para juzgarlos? ¡No eres más que un simple campesino convertido en vampiro!

Su prepotencia de nuevo.
- ¿y Eris? - quise enterrar la daga, el rostro de Attis cambió, su mirada era fulminante, su boca parecía como si fuera a llorar, los labios apretados, conteniéndose.
- Hace años que no la recordaba. - me dijo con voz muy baja, como si estuviese hablando para sí - creo que Drusila llenó ese hueco.
- Lo lleno ¿cómo? - seguíamos ascendiendo, queríamos acercarnos al origen del espeso humo, Attis pensaba que era un simple incendio en alguna parte de la montaña, continúe hablando - ¿Supliéndola? o ¿cómo un parche que tapa el agujero de un harapo, pero se gasta y puede ser nuevamente reemplazado?
- No entiendo...
- Si... - continué - ¿A caso Eris ya no existe para ti y Drusila es la nueva mujer de tu vida? o ¿Solo estas al lado de Drusila porque Eris no está y en cuanto Eris vuelva, tu interés por Drusila desaparecerá?
- ¡Me confundes! - dijo desesperado y acelero su ascenso. Confundirlo, era justo lo que yo quería en ese momento. La forma en que me estaba tratando últimamente, su arrogancia, su prepotencia, me remontaba al pasado y me hacía verlo no como el Attis que conocí una noche en la taberna sufriendo por la muerte de su hijo recién nacido, si no, Attis, el hombre que me había quitado a mi mujer. Volvía el rencor que había sentido hacia lo que él representaba: mi rival.

Me quedé sentado en una roca, viendo las pequeñas luces de las antorchas y lámparas de las poblaciones al rededor del Vesubio: por allá, Herculano, más allá Pompeya. A lo lejos apenas se distinguían las lucecitas de Miseno, un pueblo del otro lado de la bahía. Attis regresó, no subió hasta donde estaba el humo.
- Vámonos campesino, tengo sed - mientras bajaba sin esperarme. Ahora me llamaba campesino."


10

"Esa noche nos reencontramos con Drusila ya en las catacumbas, estaba callada y muy seria. Attis trataba de acercarse, pero ella se alejaba. Yo no podía leer su mente, pues yo la había creado, pero su rostro a simple vista me decía que las cosas con su hijo no habían salido bien.

Los movimientos telúricos seguían, pero al parecer ya nos habíamos acostumbrado a ellos. Fue como a medio día, que algo me despertó. Pensé que era Attis o Drusila, quienes me movían violentamente tratando de despertarme, pero no era así.
Las piedras crujían, las aguas negras se agitaban. Me sentía mareado, parecía como si estuviese en un barco, el movimiento era exagerado. Salí de mi escondite, un pequeño túnel donde apenas cabía acostado y solo tenía como compañía a las ratas y vi a Attis y Drusila, con los ojos desorbitados, abrazados, esperándome, como si yo supiera que estaba pasando y necesitaran que yo les dijera que hacer.

- ¡Esto se va a derrumbar! - gritó Drusila, aun no me acercaba a ellos, el movimiento hacía que casi cayera, y tenía que sostenerme de las paredes de los fétidos túneles
- ¡No podemos salir! - dijo Attis - ¡Aun es de día!
- ¡Vamos a quedar aquí enterrados para siempre! - Drusila estaba exaltada - ¡debo ir con Druso! - y se soltó de Attis para tratar de encontrar una salida.
- ¡No! ¡Te calcinarás!- Attis corrió detrás de ella, tratando de jalarla de su vestido. No cesaba de temblar, todo era muy confuso. Las piedras que servían como ladrillo en las paredes empezaban a caer.

De repente, se escuchó un estallido, fue un ruido estruendoso que nos aturdió debido a nuestro sentido del oído sobre desarrollado, caímos al suelo, Drusila seguía tratando de llegar a la salida, arrastrándose entre las aguas sucias, Attis detrás de ella.

Tardó un poco, pero Drusila encontró la alcantarilla que nos llevaba a la calle. Attis aún seguía gritando y tratando de detenerla. Ella entre jalones, insultos, arañazos, se libraba por instantes de los fuertes brazos de su nuevo amante. Y Abrió la alcantarilla. ¿Era de noche? todo estaba oscuro, no parecía ser medio día.
La ciudad era un caos, algunas casas estaban demolidas, la gente corría desesperada y se tropezaban unos con otros, había muchos heridos; nadie se dio cuenta de que salimos del drenaje, a nadie le importaba lo que hicieran los demás, todos huían para salvar sus vidas. Y el mareo seguía, el movimiento no paraba.
- ¡Mira! - señaló Attis al gran Monte Vesuvius.

Era impresionante, jamás había visto algo así en toda mi existencia, era algo sin nombre, un cerro convertido en una chimenea gigante. no había palabra en griego o latín para describir ese fenómeno, era la ira de los dioses en su máximo esplendor. El cielo era negro o gris completamente, cubierto por el humo que salía de la punta coronada de fuego del gran monte. La gente seguía huyendo y cayendo y tropezaban con nosotros y nos empujaban.

Nos separaron, no supe dónde quedaron Attis y Drusila por un momento; después Attis me encontró.
- ¡Debemos huir! - me gritó.
- ¡Si! ¿Pero a dónde? ¡Si nos alejamos demasiado, las nubes de humo no nos protegerán del sol!
- ¿Dónde está Drusila? - Attis volteaba a todos lados, tratando de reconocerla entre la multitud - ¡Allá está! - y corrimos hacia ella, obviamente no podíamos volar en frente de toda la gente. Drusila se dirigía a su casa, corriendo desesperada, como loca, en harapos, sucia y despeinada.

La casa estaba destruida, completamente en el suelo; había gente saqueando las casas ricas, un hombre salió de entre los escombros.
- ¡Evander! - lo detuvo Drusila - ¡Druso! ¡¿Dónde está Druso?!
El hombre estaba confundido, golpeado y sangrando, llevaba en sus brazos algunas vasijas de oro, estaba aferrado a ellas.
- ¡Evander! - le gritó Drusila, agitándolo de los hombros - ¡¿Dónde está Druso?!
- ¡Mi señora! - reaccionó el esclavo - el joven Druso - miraba a todos lados, en su cara estaba impreso el terror, el mismo rostro de la mayoría de la gente en ese momento - no se señora, ¡no se! ¡Ha sido horrible!

Drusila lo soltó.
- ¡Druso! ¡Druso! - empezó a remover piedras como una desquiciada, no le importaba que la gente se diera cuenta de su fuerza sobrenatural - ¡Druso! - las lágrimas de sangre caían a borbotones, parecía una fuente.

Otro estallido, tan fuerte como el anterior. El cielo se puso aún más negro y entonces... ¿lluvia? Empezó a llover fuego, cenizas por todos lados, los gritos de la gente se intensificaron, la tierra temblaba. Attis y yo tratábamos de ayudar a Drusila; pasaban personas corriendo cuyas ropas empezaban a incendiarse. El monte seguía estallando y mire como el fuego líquido empezó a derramarse de la punta.

¡Fuego! ¡Llovía fuego!
- ¡Debemos refugiarnos o moriremos! - les dije.
- ¡No! ¡Debo encontrar a Druso!
- ¡Vamos Drusila, seguramente Druso logró escapar! - le dijo Attis mientras la sujetaba y trataba de sacarla de los escombros de lo que alguna vez fue su mansión; había cuerpos entre las rocas, pero ninguno era el de Druso. La lluvia de ceniza era más espesa y hacía casi imposible ver; la gente caía desmayada en el suelo, intoxicada por las sustancias de la ceniza.

Entre Attis y yo logramos sacar a Drusila de ahí.
- ¡Druso! ¡Druso! - los gritos se escuchaban por todo Pompeya. - ¡Druso! ¡Mi hijo! ¡Druso! - y el grito se perdió en las catacumbas de la ciudad."